jueves, 12 de diciembre de 2019

¡Qué manía la suya!

Por El rincón de Isaías 

En días pasados les hablé de las fobias, ese miedo que le tenemos a un montón de cosas o circunstancias.  Pues bien, hoy les voy a comentar sobre las manías, esas que la Real Academia Española define como “especie de locura, caracterizada por delirio general, agitación y tendencia al furor. Extravagancia, preocupación caprichosa por un tema o cosa determinada. Afecto o deseo desordenado”.

Las manías afectan el comportamiento personal, laboral, familiar y social de quién las padece, cambiando su carácter y convirtiéndose en una enfermedad.
Foto tomada de lapatapela.wordpress.com

Muchos de nosotros, así como tenemos fobias, también tenemos un montón de manías más raras y hasta extremas, que pueden llegar a ser enfermedad. Estas modifican el humor, el carácter de las personas y afectan su comportamiento e integración social o laboral y quien las sufre presenta dificultades para concentrarse, una excitación interna, una agitación continua, se le altera el sueño, tiene problemas con la alimentación o con  la higiene personal o le da una vaina llamada logorrea, o sea, hablar demasiado, entre muchas cosas. ¡Mejor dicho, ni vive ni deja vivir!

Cada paciente es único en función de su manía y generalmente no es consciente de los problemas que esta genera a nivel familiar y social y solo asume el mal causado cuando disminuye el efecto de su manía y es ahí cuando puede sentir vergüenza por lo que hizo, pero según los expertos en este tipo de situaciones, los maníacos  tienden a no permitir intromisiones con su problema, ni buscan ayuda profesional y hasta reaccionan con agresividad  ¡Tremendo lío!

Y para que vean que tan complejo es esto, miren pues algunas de  las manías que me encontré:
Empecemos con la enosimanía, que consiste en pensar que todo lo que se hace es pecado, o sea, que este pobre individuo no tiene vida, nada le sirve.  ¡Qué pecao! O la demonomanía, que es creer que se está poseído por el mismo demonio y por eso se actúa como tal o la gamomanía, que es nada más y nada menos que el deseo obsesivo de pedir matrimonio y puede terminar en poligamia. ¿Si será que mucha gente sufre de esto? 

Hay una que se llama aboulomanía, que es la incapacidad de tomar decisiones en asuntos sencillos como tomar el café con o sin azúcar. ¡Qué decisión tan dura! O la ailuromanía, que es el entusiasmo intenso por los gatos. ¡Qué ternura! Y esta que es bien rara: la cartacoethes, o sea, ver mapas en todos lados. La padecen aquellas personas que ven cartografías incluso en el plato de comida. ¡Hasta en la sopa! Eso es más bien ganas de viajar.

Las hay para los comelones y los perezosos: La citomanía, que es el deseo anormal por alimentarse y la clinomanía o las ganas de estar en la cama de aquellos que no se levantan nunca.  Y los obsesivos por el baile tienen la coreomanía, los que lo son por el dinero, la crematomanía o los de los perros, la cinomanía y a los que les gusta dar regalos a toda hora sufren de doromanía; el problema está en que más allá de su  generosidad, uno se puede quedar sin un centavo por cuenta de esta.

También están la eleuteromanía, que es el deseo incontrolable por la libertad; la enteomanía,  que es el celo obsesivo por la religión; la eremiomanía, definida como el deseo inaguantable por la calma; la fagomanía, que son las ganas desmedidas por comer y  la gefiromanía, que es la fascinación irresistible por los puentes. ¿Será esta más bien, una frustración por no haber sido constructor o arquitecto?

Entre las muchas manías existentes está la misofobia, que es ese deseo permanente de estarse lavando las manos a toda hora y tocar los objetos con cautela o con guantes, así no existan condiciones de tipo higiénico que lo ameriten.
Foto tomada de variacionxxi.com

La lista sigue y es larga.  Y a propósito de las listas, está la glazomanía, que es el interés obsesivo por hacerlas; la gimnomanía, que es la compulsión a estar en pelota o desnudo; la heliomanía o el anhelo incontrolable por el sol, la hipnomanía, que es el deseo irresistible de dormir y siempre habrá un perezoso que la justifique;  la katisomanía, que son las ganas desenfrenadas de sentarse, para los que viven cansados; la nesomanía, conocida como la obsesión intensa por las islas; la oclomanía, que es el interés compulsivo con las multitudes; la oinomanía, que es la fascinación irremediable por el vino, de la cual sufre mucha gente; la paramanía, que es el sentir alegría poniendo quejas y no falta quien sea feliz así; la siderodromomanía, que es la fascinación intensa con los viajes ferroviarios y la trichotillomanía, que es el deseo por jalarse el cabello, aunque no necesariamente el de la cabeza. Esta es más común y se asocia con el estrés, pudiendo generar la aparición de zonas calvas.
Son tantas que el espacio acá es corto para enumerarlas.  Y hay muchas que nos son familiares y no requieren mayor explicación -creo yo-  como la cleptomanía, la ninfomanía, la mitomanía, la melomanía, la megalomanía y la zoomanía, entre otras.
  
El hecho es que muchos las sufrimos y ni cuenta nos damos.  ¿Cuál es la suya? ¿Con cuál se identifica? ¡Relájese…no sea maníaco!  ¡Tómelo con calma!

No es más por hoy.  Ahí les quedo…

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